¡Feliz Viernes de Dolores! Hoy os comparto un breve fragmento de «Vidas de Pasión» correspondiente a esta jornada de vísperas que tanto nos ilusiona en circunstancias habituales. Corresponde al año 2002 y Sergio cuenta entonces con 20 años. Espero que lo disfrutéis y, si es posible, que lo compartáis en vuestras redes sociales y con quienes creáis que le puede interesar. También lo encontraréis en el perfil de la novela en Facebook y Twiter.
…. nada más salir a la calle, en su cabeza solo había espacio ya para la Semana Santa. Hacía bastante frío esa tarde; humedad, sobre todo. Las temperaturas ese año estaban siendo bastante bajas y la Semana Santa había caído muy adelantada en el calendario. Se había vestido, además, con sus mejores galas, pues más tarde, para cenar, Belén se reuniría con él tras cerrar la tienda de perfumes en la que llevaba trabajando unas semanas. La camisa que había elegido le marcaba muy bien el torso, aunque era demasiado primaveral, y le costó soportar la baja temperatura hasta que la caminata al centro le empezó a hacer entrar en calor.
Lo que más le preocupaban eran unas nubes grises que se acercaban peligrosamente por las sierras occidentales y amenazaban con descargar sobre la ciudad durante la jornada. Aunque mucha gente no llegara a entenderlo, pocas cosas había a las que temiera más que a una nube oscura en Semana Santa.
Decidió bajar hasta el centro por calle Carretería, a pesar de que no era el camino más corto para llegar a la iglesia de San Pablo, su primera parada. Le encantaba respirar el ambiente de las vísperas, ver el trasiego de niños y adultos que venían de recoger el capirote, el bullicio en las tiendas cofrades o de artículos religiosos, incluso aquellas sillas encadenadas en la calle —prohibidas en su día por el Ayuntamiento—, que él reconocía antiestéticas, pero que formaban parte integral de sus recuerdos de Semana Santa.
Algunos operarios realizaban las últimas mediciones, los últimos retoques. La ciudad mudaba de piel y se convertía en escenario de la más esperada y placentera de las representaciones. Se sentía exultante de felicidad y no podía pedir nada más en ese momento de su vida, tan solo que no lloviera, y cada vez que lo pensaba cruzaba los dedos dentro de los bolsillos de los pantalones.
Subió después la escalinata de la tribuna de los pobres, pensando en lo concurridos que estarían esos escalones en los días posteriores. Ese pensamiento seguía en su mente mientras atravesaba a paso ligero el puente de la Aurora y comprobaba con profundo alivio al mirar a cielo abierto que la nubosidad se estaba disipando.
—¡Sí! — exclamó en voz baja y sonriente.
Justo en ese momento su móvil comenzó a sonar. En la pantalla vio que se trataba de una llamada de su madre y pensó que habría olvidado alguna de sus muchas recomendaciones. Descolgó y contestó, manifestando cierta pesadez:
—¿Qué…?
Un silencio de unos segundos y posteriormente unos leves sollozos modificaron de inmediato su rictus inicial.
—¿Qué? —dijo ahora con enorme preocupación, deteniéndose en el centro del puente y elevando el tono de voz.
Su madre seguía en silencio y, él, mirando la pantalla para comprobar que la llamada no se había cortado, se impacientaba y se preocupaba cada vez más.
—¿Qué pasa?
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