¡Feliz Martes Santo!

Hoy os comparto un breve fragmento de «Vidas de Pasión» correspondiente a esta jornada de intenso sabor victoriano. La protagonista es, sin embargo, la cofradía de la Penas. Corresponde al año 2011 y Sergio cuenta entonces con 29 años. Recordad que se omite algún dato con la fórmula (…) para evitar anticipar datos al lector. 
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Después de abandonar el local, llegó el momento de retomar la jornada procesional y los cuatro se dirigieron a calle Arco de la Cabeza, donde Sergio había descubierto recientemente un nuevo momento cofrade que le atraía especialmente. La cofradía de las Penas se había trasladado desde la Iglesia de San Julián hasta su nuevo oratorio, construido sobre lo que, durante años, había sido un descuidado e inhóspito descampado en pleno centro de Málaga, transformado ahora en un entorno no solo transitable, sino también con cierto atractivo. La procesión discurría, por tanto, por las calles adyacentes a su nueva sede en su primer y último tramo, y esto había regalado nuevas estampas al Martes Santo.

—Os voy a enseñar algo que seguro que os va a gustar— les decía Sergio a sus padres mientras se acercaban por calle Mártires y se internaban en los estrechos callejones que la comunican con Arco de la Cabeza.

—Nunca había estado yo en esta parte del centro— dijo Guillermo, que, aunque inicialmente manifestó algún rechazo por la estrechas y antiguas calles por las que su hijo los condujo, mostró cierta sorpresa cuando por fin vio el jardín colgante de la plaza del Pericón y el original muro de letras que adornan la plaza.

—Yo sí lo conozco —le dijo Paz, recordando, sin querer compartirlo con ellos, que en esas calles había malvivido un tiempo su madre de pequeña—. ¡Cuánto sufrió la pobre mía! —dijo en voz baja (…).

—Esta zona ha mejorado mucho en los últimos años, aunque conserva su apariencia tradicional. A mí me recuerda a un cuento ambientado en el siglo XVIII —explicó Sergio, que no podía reprimir su atracción por aquellas tenebrosas callejuelas; para él eran el escenario perfecto desde el que presenciar el paso de la austera cofradía de las Penas.

Cuando dejaron atrás la plaza del Pericón y se situaron en la confluencia de Arco de la Cabeza y el pasaje Gordón, el cuerpo de nazarenos del Cristo ya se encontraba casi finalizando su paso por este punto.

El silencio que presidía aquel cortejo y la atmósfera de tinieblas que magistralmente sabe crear esta hermandad a través del incienso les instó a todos de inmediato a la introspección. La luz tenue y amarillenta de los faroles, de los pocos que quedaban ya en Málaga de este estilo, daba, si cabe, un aire más tétrico al momento. Las marchas solemnes que componían la cruceta en esa zona hacían que al público presente se le erizara el vello de emoción. Nada se oía aparte de estas meritorias composiciones y el suave crujir de los varales.

—Ya está cerca —susurró Sergio, que se había asomado un poco al centro de la angosta y oscura calle para tratar de ver su tramo final.

De manera repentina, la sobrecogedora imagen del Cristo de la Agonía asomó a la confluencia entre ambas calles y quedó a la vista desde el callejón. En la penumbra, entre las nubes de incienso y en un completo silencio, solo roto por el sonido de las voces de los capataces del trono para poder realizar la difícil maniobra que la estrechez de la calle requería, la soberbia talla de Francisco Buiza impresionó a Guillermo, que, desde que Sergio era pequeño, y con la excepción del día en que bajó a verlo cuando se estrenaba como portador, no había vuelto a pisar el centro histórico en Semana Santa. Se sobrecogió al observar el realismo de la escena, e incluso, aunque no llegó a confesárselo a nadie, disfrutó, pues se trataba de algo bastante distinto a la imagen prototípica de fiesta y jolgorio que él tenía de la Semana Santa malagueña.

Sergio, por su parte, gozaba como siempre de este momento intimista que tanta paz interior le proporcionaba y que tanto le ayudaba a meditar. Admiraba la fuerza de aquella imagen del más crudo y barroco realismo y recordaba, con cierta nostalgia, un momento con el que también disfrutaba mucho, ya desaparecido de la Semana Santa: el encierro de la cofradía en la iglesia de San Julián, su antigua sede.