¡Feliz Lunes Santo!

Os comparto hoy un fragmento de “Vidas de Pasión” relativo al Lunes Santo. Corresponde al año 2004 y Sergio cuenta con 22 años. Recuerda que se ha omitido una parte, expresandolo con la fórmula (…) para evitar desvelar datos a quienes lean la novela.  Espero que lo disfruteis y, si lo deseais, que lo compartáis con quienes puedan estar interesados. También lo encontraréis en la página de la novela en Facebook y Twitter. 

 

 

En cuanto acabaron, se desplazaron hasta el barrio de El Perchel, donde tenían que presenciar el desfile de las dos cofradías que faltaban. La primera era Dolores del Puente. Hacía algunos años que Sergio, explorando rincones y momentos, había descubierto esta procesión en la madrugada del Lunes Santo y, desde entonces, todos los años acudía a revivirla.

Aquella austera cofradía con sede en la iglesia de Santo Domingo recorría las estrechas calles del corazón de su barrio, envuelta en tinieblas y silencio. A Sergio le estremecía ver cómo una zona tan cercana al centro, por la que nunca solía transitar habitualmente durante el año, se convertía en el escenario en el que Cristo, crucificado, habla con los dos ladrones, y cómo las persianas de las casas, algunas de aspectos decimonónico, se iban abriendo al paso del Cristo del Perdón y de una de las pocas Dolorosas que puede encontrarse en su capilla durante todo el año, a cualquier hora del día y de la noche, casi como una vecina más, pero a la que todos veneran, piden, ruegan y agradecen, aunque sea de lejos, al pasar frente a ella.

La idea era ver la cofradía en esos callejones de El Perchel, pero esa fuerza misteriosa que atrapaba a Sergio desde niño cual cantos de sirena, y que Belén ya conocía bien, los llevó a seguir a aquellas imágenes por su silente y ténebre tramo final del itinerario, y ya no las abandonaron hasta presenciar el encierro en Santo Domingo.

El esperado final llegaría a continuación y no muy lejos de allí, el momento por el que Belén había aguardado durante toda la jornada. Ciertamente, lo había visto en la lejanía a lo largo de la noche, entre visita y visita a Sergio, entre el gentío que se agolpa tras su túnica blanca a lo largo de casi todo el recorrido. Aunque tenía que trabajar al día siguiente, por fin llegaba aquel instante por el que no le importaba trasnochar, el momento de contemplarlo de cerca en el puente de la Aurora, de vuelta a casa, casi en la intimidad, casi para ella sola, la oportunidad de contemplar su gesto sereno y su dulce mirada en la quietud de la madrugada malagueña.

(…)

El Cristo se encontraba ya en la rampa de la Aurora cuando se produjo el encierro de Dolores del Puente y, tras ver su inconfundible estampa desde la ribera del río, la pareja subió el Pasillo de Santo Domingo para encontrarse con Él de cara a través de las escaleras que lo conectan con el puente.

La brisa abrileña, más recia aún en esa zona y a esas horas, movía con elegancia la túnica del Señor de Málaga y, como le es propio, daba la sensación de estar caminando entre un público que, incluso a esas horas de la madrugada, nunca escaseaba en la procesión.

La pareja se acomodó en el puente…